“Presunto caso de discriminación en la Facultad de Humanidades”
El lunes 20 del corriente, nuestros corresponsales dieron de manera casual con un testimonio revelador: un alumno de la Facultad de Humanidades habría sido discriminado por uno de sus profesores por ser “nieto de un militar”. Este joven fue increpado en innumerables oportunidades por su docente a cargo durante el dictado de clases, instándolo a “dejar la carrera” porque “En esta Facultad nunca te vas a recibir si de mi depende, no vengas a mis clases porque no vas a aprobar nunca esta materia”. El nombrado adolescente, marginado luego por sus propios compañeros, por temor a reprobar la materia quizás, por estúpidos prejuicios tal vez, se sintió obligado a abandonar sus estudios. El hecho nunca fue denunciado y seguramente será con el tiempo olvidado por todos, menos por quién tuvo que renunciar a formarse en una Universidad pública por portación involuntaria de apellido.
La educación es un derecho de todos
No podemos tolerar ningún tipo de discriminación. Si esto realmente sucedió así, es preocupante. Si no sucedió, es preocupante que pueda pasar. Nadie es culpable por los actos de otro, nadie es responsable por la historia particular de un tercero.
Durante décadas, el pensamiento disidente de la izquierda fue marginado, perseguido y torturado. Luchó incansablemente hasta lograr su máximo objetivo: la libertad de opinión, la libertad de expresión, que son derechos irrenunciables de todos los seres humanos. Subrayemos la palabra TODOS. ¿En qué momento de la historia la izquierda se contagió de los principios autoritaristas de la derecha contra los que tanto luchó? No podemos cometer nosotros los errores que tanto criticamos anteriormente.
Luchemos con todas nuestras fuerzas por una revolución de pensamiento, donde las estructuras dominantes dejen de oprimir la libertad de opinión, provengan del sector que provengan. Dejémoslos hablar, que igualmente sabremos tomar la decisión correcta en el momento de actuar con solo utilizar un poquitito nuestros empolvados cerebros, algo que ellos no acostumbran hacer y que nos quisieron fallidamente imponer.
El lunes 20 del corriente, nuestros corresponsales dieron de manera casual con un testimonio revelador: un alumno de la Facultad de Humanidades habría sido discriminado por uno de sus profesores por ser “nieto de un militar”. Este joven fue increpado en innumerables oportunidades por su docente a cargo durante el dictado de clases, instándolo a “dejar la carrera” porque “En esta Facultad nunca te vas a recibir si de mi depende, no vengas a mis clases porque no vas a aprobar nunca esta materia”. El nombrado adolescente, marginado luego por sus propios compañeros, por temor a reprobar la materia quizás, por estúpidos prejuicios tal vez, se sintió obligado a abandonar sus estudios. El hecho nunca fue denunciado y seguramente será con el tiempo olvidado por todos, menos por quién tuvo que renunciar a formarse en una Universidad pública por portación involuntaria de apellido.
La educación es un derecho de todos
No podemos tolerar ningún tipo de discriminación. Si esto realmente sucedió así, es preocupante. Si no sucedió, es preocupante que pueda pasar. Nadie es culpable por los actos de otro, nadie es responsable por la historia particular de un tercero.
Durante décadas, el pensamiento disidente de la izquierda fue marginado, perseguido y torturado. Luchó incansablemente hasta lograr su máximo objetivo: la libertad de opinión, la libertad de expresión, que son derechos irrenunciables de todos los seres humanos. Subrayemos la palabra TODOS. ¿En qué momento de la historia la izquierda se contagió de los principios autoritaristas de la derecha contra los que tanto luchó? No podemos cometer nosotros los errores que tanto criticamos anteriormente.
Luchemos con todas nuestras fuerzas por una revolución de pensamiento, donde las estructuras dominantes dejen de oprimir la libertad de opinión, provengan del sector que provengan. Dejémoslos hablar, que igualmente sabremos tomar la decisión correcta en el momento de actuar con solo utilizar un poquitito nuestros empolvados cerebros, algo que ellos no acostumbran hacer y que nos quisieron fallidamente imponer.
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