Mascotas del miedo
Hoy en día, cuando veo a un niño que, por milagro, no está encerrado entre paredes jugando videojuegos o hipnotizado en Internet, pasea o juega en las calles, siento un miedo terrible por su seguridad, porque entre tantos males que nos abaten actualmente, hay algunos que nos convierten en mascotas y víctimas de nuestro propio miedo e irracionalidad.
La vida en sociedad, para su normal funcionamiento, cuenta con deberes y obligaciones. Cada uno tiene derecho a ser feliz a su manera, haciendo uso de su libertad según los dictámenes de su propia razón. Tampoco debemos olvidar que nuestra libertad termina donde comienza la de los demás.
¿Qué sucede con la posesión de mascotas? ¿Es ético esclavizar a los animales según la decisión arbitraria del hombre? ¿Debe estar permitida la posesión de estas dentro de los límites de los centros urbanos?
Dejando de lado planteos éticos-filosóficos sobre la libertad animal, consideremos su situación en las ciudades. Lamentablemente, nuestra educación deja mucho que desear en cuanto a nuestra manera de tratar las mascotas. No solo nos referimos aquí a los casos de maltrato y abandono, sino también al desinterés por la vida de nuestros vecinos. Son múltiples los aspectos en que la posesión de una mascota (principalmente los perros) pueden alterar el orden de una sociedad: ruidos molestos, plazas, parques, calles y veredas sucias, y el peor de todos los males: niños atacados ferozmente.
Querido conciudadano: si usted no está mentalmente apto para hacerse cargo de una mascota, no la tenga. Yo sé que es un hábito muy lindo y burgués, pero no estamos capacitados, como sociedad, para poseerlos. “Pero si nunca había mordido ha nadie…” siempre este tipo de justificaciones llegan cuando ya no son necesarias, es decir, tarde. Nadie le devuelve la mano a un niño atacado por un animal “doméstico”.
La moda muchas veces impone las más grotescas estupideces, y actualmente, poseer un perro grande, malo, de dientes filosos, musculatura gigante y rasgos agresivos está visto como un símbolo de poder, de estatus, de masculinidad. Con un sólo caso de ataque de estos animales, es suficiente para tomar medidas y erradicarlos de la sociedad.
No deberían ser necesarias, en este aspecto, la imposición de medidas legales. Nuestro sentido común, ese que algunos dicen ser el menos común de todos, la utilización de nuestra razón, arribará a estas mismas conclusiones, y la imposición de actitudes que puedan remediar esta situación surgirá de nuestra propia ética.
La culpa no es de los “Dobermans”, o de los “boxers”, sino de nosotros, los propios seres humanos, que no sabemos como tratar estos animales ni como convivir pacíficamente con nuestros vecinos dentro de los límites de la fraternidad y la tolerancia. La seguridad de todos, es una responsabilidad de todos.
Hoy en día, cuando veo a un niño que, por milagro, no está encerrado entre paredes jugando videojuegos o hipnotizado en Internet, pasea o juega en las calles, siento un miedo terrible por su seguridad, porque entre tantos males que nos abaten actualmente, hay algunos que nos convierten en mascotas y víctimas de nuestro propio miedo e irracionalidad.
La vida en sociedad, para su normal funcionamiento, cuenta con deberes y obligaciones. Cada uno tiene derecho a ser feliz a su manera, haciendo uso de su libertad según los dictámenes de su propia razón. Tampoco debemos olvidar que nuestra libertad termina donde comienza la de los demás.
¿Qué sucede con la posesión de mascotas? ¿Es ético esclavizar a los animales según la decisión arbitraria del hombre? ¿Debe estar permitida la posesión de estas dentro de los límites de los centros urbanos?
Dejando de lado planteos éticos-filosóficos sobre la libertad animal, consideremos su situación en las ciudades. Lamentablemente, nuestra educación deja mucho que desear en cuanto a nuestra manera de tratar las mascotas. No solo nos referimos aquí a los casos de maltrato y abandono, sino también al desinterés por la vida de nuestros vecinos. Son múltiples los aspectos en que la posesión de una mascota (principalmente los perros) pueden alterar el orden de una sociedad: ruidos molestos, plazas, parques, calles y veredas sucias, y el peor de todos los males: niños atacados ferozmente.
Querido conciudadano: si usted no está mentalmente apto para hacerse cargo de una mascota, no la tenga. Yo sé que es un hábito muy lindo y burgués, pero no estamos capacitados, como sociedad, para poseerlos. “Pero si nunca había mordido ha nadie…” siempre este tipo de justificaciones llegan cuando ya no son necesarias, es decir, tarde. Nadie le devuelve la mano a un niño atacado por un animal “doméstico”.
La moda muchas veces impone las más grotescas estupideces, y actualmente, poseer un perro grande, malo, de dientes filosos, musculatura gigante y rasgos agresivos está visto como un símbolo de poder, de estatus, de masculinidad. Con un sólo caso de ataque de estos animales, es suficiente para tomar medidas y erradicarlos de la sociedad.
No deberían ser necesarias, en este aspecto, la imposición de medidas legales. Nuestro sentido común, ese que algunos dicen ser el menos común de todos, la utilización de nuestra razón, arribará a estas mismas conclusiones, y la imposición de actitudes que puedan remediar esta situación surgirá de nuestra propia ética.
La culpa no es de los “Dobermans”, o de los “boxers”, sino de nosotros, los propios seres humanos, que no sabemos como tratar estos animales ni como convivir pacíficamente con nuestros vecinos dentro de los límites de la fraternidad y la tolerancia. La seguridad de todos, es una responsabilidad de todos.
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