“Payaso es tomado para el lado de la chacota por mozo de restaurante”
Este viernes por la noche, un mozo picarón perteneciente al personal de atención de un restaurante céntrico ubicado sobre calle San Martín, se mofó de cliente que vestía su uniforme de trabajo. El oprimido trabajador vestía sus harapos de Payaso, profesión en la cual se desempeña. Debido a la pintura en el rostro del mismo y su apariencia poco seria, despertó en el mozo del lugar su instinto cómico, por lo que resolvió sazonar de manera extra su pedido, a modo de chascarrillo. El damnifico, al tomar conciencia del hecho, resolvió mantener silencio y no protestar porque, después de todo, los fundamentos y presiones de su profesión son los mismos que los del atrevido mozo.
Un Payaso en el restaurante
Aunque para el lector promedio podría sonar trivial el hecho narrado anteriormente, esconde un profundo sentido ideológico. El payaso, eximia profesión, noble oficio de quienes deben cumplir la difícil tarea de arrancar sonrisas a sus prójimos en este mundo marchito y jodido, es muy desvalorado socialmente, encontrándose prácticamente en extinción. Sobrevive gracias a los niños, ese sector primario del consumismo al que se le puede inventar numerosas necesidades con la más sorprendente facilidad.
El mozo es un sujeto alienado por los estereotipos, por los roles que debe cumplir, como diría Sartre. Ambos sujetos están apresados, oprimidos por sus mundos de sombras y necesidades básicas insatisfechas, buscando un milagro que rompa sus fatales rutinas, que avizore el horizonte de lo distinto en su cielo gris de lo imposible.
Todos buscamos escapar por un instante de nosotros mismos, que envueltos en enajenantes rutinas podemos llegar a convertirnos en nuestros peores enemigos. La risa surge como la magia que rompe el velo de esta ficticia realidad, permitiéndonos soñar con un mundo donde la alegría reina y la tristeza solo es un vicio burgués.
Aprendamos a reír de nosotros mismos, a disfrutar de los pequeños milagros que se esconden en los detalles mas ínfimos de nuestras vidas, aprendamos a gozar y bailar con la tristeza que nos rodea, para poder de a poco ir tiñendo nuestra realidad del color que mas nos guste pintarla.
Nunca nos dejemos pisotear por este sistema asesino de ilusiones, y levantemos nuestras copas y brindemos por todos aquellos que deben cargar sobre sus hombres el peso de un mundo que no pareciera pertenecerles.
Este viernes por la noche, un mozo picarón perteneciente al personal de atención de un restaurante céntrico ubicado sobre calle San Martín, se mofó de cliente que vestía su uniforme de trabajo. El oprimido trabajador vestía sus harapos de Payaso, profesión en la cual se desempeña. Debido a la pintura en el rostro del mismo y su apariencia poco seria, despertó en el mozo del lugar su instinto cómico, por lo que resolvió sazonar de manera extra su pedido, a modo de chascarrillo. El damnifico, al tomar conciencia del hecho, resolvió mantener silencio y no protestar porque, después de todo, los fundamentos y presiones de su profesión son los mismos que los del atrevido mozo.
Un Payaso en el restaurante
Aunque para el lector promedio podría sonar trivial el hecho narrado anteriormente, esconde un profundo sentido ideológico. El payaso, eximia profesión, noble oficio de quienes deben cumplir la difícil tarea de arrancar sonrisas a sus prójimos en este mundo marchito y jodido, es muy desvalorado socialmente, encontrándose prácticamente en extinción. Sobrevive gracias a los niños, ese sector primario del consumismo al que se le puede inventar numerosas necesidades con la más sorprendente facilidad.
El mozo es un sujeto alienado por los estereotipos, por los roles que debe cumplir, como diría Sartre. Ambos sujetos están apresados, oprimidos por sus mundos de sombras y necesidades básicas insatisfechas, buscando un milagro que rompa sus fatales rutinas, que avizore el horizonte de lo distinto en su cielo gris de lo imposible.
Todos buscamos escapar por un instante de nosotros mismos, que envueltos en enajenantes rutinas podemos llegar a convertirnos en nuestros peores enemigos. La risa surge como la magia que rompe el velo de esta ficticia realidad, permitiéndonos soñar con un mundo donde la alegría reina y la tristeza solo es un vicio burgués.
Aprendamos a reír de nosotros mismos, a disfrutar de los pequeños milagros que se esconden en los detalles mas ínfimos de nuestras vidas, aprendamos a gozar y bailar con la tristeza que nos rodea, para poder de a poco ir tiñendo nuestra realidad del color que mas nos guste pintarla.
Nunca nos dejemos pisotear por este sistema asesino de ilusiones, y levantemos nuestras copas y brindemos por todos aquellos que deben cargar sobre sus hombres el peso de un mundo que no pareciera pertenecerles.
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