Huyendo de la Libertad
Mar del Plata, verano del 2005. Caminaba desde el hotel rumbo a la playa, en una hermosa tarde de Sol, disfrutando del aire fresco. El paisaje del horizonte, síntesis eterna de cielo y tierra, se desnudaba frente a mí. Tres cuadras me separaban del imponente y majestuoso Mar Argentino. A mi derecha, dentro de un gimnasio y detrás de un vidrio, como un triste pez encadenado por yugos invisibles, una mujer corría en una caminadora eléctrica, mirando hacia la calle. Presa de algún antiguo dolor, o quizás de ella misma y su estupidez, olvidó que, fuera de esas tristes paredes, existe un mundo creado para ella. O quizás el sistema le enseñó a escapar de la libertad de correr descalza en la arena, con el viento sobre el rostro y con el Sol como único testigo.
Mar del Plata, verano del 2005. Caminaba desde el hotel rumbo a la playa, en una hermosa tarde de Sol, disfrutando del aire fresco. El paisaje del horizonte, síntesis eterna de cielo y tierra, se desnudaba frente a mí. Tres cuadras me separaban del imponente y majestuoso Mar Argentino. A mi derecha, dentro de un gimnasio y detrás de un vidrio, como un triste pez encadenado por yugos invisibles, una mujer corría en una caminadora eléctrica, mirando hacia la calle. Presa de algún antiguo dolor, o quizás de ella misma y su estupidez, olvidó que, fuera de esas tristes paredes, existe un mundo creado para ella. O quizás el sistema le enseñó a escapar de la libertad de correr descalza en la arena, con el viento sobre el rostro y con el Sol como único testigo.
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