“Niños abren puertas de taxis por monedas en zona bailable a altas horas de la madrugada”
Los viernes a la noche, las inmediaciones del viejo mercado de abasto, se convierte en el centro de recreación nocturna más grande de Tucumán, según informaron nuestros enviados especiales. En la zona conviven las múltiples clases sociales: las niños hambrientos que ofrecen sus servicios de “abre puertas” por unas monedas, y los que arriban a la zona con notables intenciones de gastar su dinero en sustancias que permitan emborrachar sus corazones.
Contracara existencial
Entre nuestros múltiples mundos, hay dos que se destacan por ubicarse en los extremos: el de los que poseen dinero para gastar a su antojo y el de los desposeídos, los “pies descalzos”, expulsados del paraíso del capitalismo salvaje. Yo estoy en medio de ellos, con un pie en cada lado, llorando las injusticias del mundo en medio de una borrachera atroz carísima. Es que soy hipócrita, como la mayoría de los seres humanos. Todos usamos máscaras que cubren nuestra vergüenza de sabernos seres humanos, “demasiado humanos”, como diría Nietzsche. No sé quién soy, me busco entre las lágrimas y las resacas y lo que es peor aún, no sé que careta deberé ponerme cuando me levante mañana a la mañana.
Los viernes a la noche, las inmediaciones del viejo mercado de abasto, se convierte en el centro de recreación nocturna más grande de Tucumán, según informaron nuestros enviados especiales. En la zona conviven las múltiples clases sociales: las niños hambrientos que ofrecen sus servicios de “abre puertas” por unas monedas, y los que arriban a la zona con notables intenciones de gastar su dinero en sustancias que permitan emborrachar sus corazones.
Contracara existencial
Entre nuestros múltiples mundos, hay dos que se destacan por ubicarse en los extremos: el de los que poseen dinero para gastar a su antojo y el de los desposeídos, los “pies descalzos”, expulsados del paraíso del capitalismo salvaje. Yo estoy en medio de ellos, con un pie en cada lado, llorando las injusticias del mundo en medio de una borrachera atroz carísima. Es que soy hipócrita, como la mayoría de los seres humanos. Todos usamos máscaras que cubren nuestra vergüenza de sabernos seres humanos, “demasiado humanos”, como diría Nietzsche. No sé quién soy, me busco entre las lágrimas y las resacas y lo que es peor aún, no sé que careta deberé ponerme cuando me levante mañana a la mañana.
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